Abordaremos en este artículo algunas
pinceladas históricas y antropológicas de este gran espacio natural de
referencia desde siempre para La
Puebla y Peñaflor.
Existen muchas razones que nos llevan
a concluir que los seres humanos han
estado siempre presentes en Almenara: su extensión, su flora, su fauna, su
agua, la riqueza mineral ( particularmente el cobre) de su subsuelo, su enclave estratégico a
caballo entre la vega, con su río Guadalquivir y las estribaciones de Sierra
Morena; aparte los vestigios históricos, restos arqueológicos, sobre todo.
Estamos, pues, ante un espacio que atesora dentro de sus linderos poderosas
energías vitales, algunas de los cuales podemos conocer con facilidad, otras
debemos dejarlas a merced de la imaginación.
En cuanto nos adentremos por Almenara,
con permiso de sus dueños, encontraremos esos vestigios, algunos de los cuales
se pierden en la noche de los tiempos. Si nos remontamos a la prehistórica Edad
de los Metales, podemos imaginar
diversos asentamientos en refugios naturales y lugares estratégicos. Del
período romano, que es del que más
vestigios tenemos, hay constancia de
minería, fuentes, tramos de acueducto, villae o casas de campo…
Almenara tuvo su villa del mismo
nombre, de la que documentalmente apenas
sabemos .En el Catastro del Marqués de Ensenada de 1752 se nos dice que era una
villa de señorío, y poco más. Pero uno de los recorridos que hemos realizado
el grupo senderista “El Santo por
montera” por el sur de la finca, consistió en conocer un yacimiento arqueológico hispanorromano de
gran extensión que pudo tener como
origen una villa romana dedicada
a la cantería, o para vigilancia de las minas de los alrededores. Lo cierto es
que los restos de superficie dan fe de una población de entidad en la que se
funden la cultura hispanorromana y la musulmana o andalusí posterior.
Llegados a este punto estamos
obligados a referirnos al castillo, frente
al Km. 7 de la carretera SE-7106 entre Peñaflor y La Puebla de los Infantes, por
considerarse actualmente por muchos como el principal referente histórico de
este espacio natural. Precisamente, con relación al topónimo “Almenara” existen
dos teorías, procedentes de dos etimologías: la latina mina (mena) se refiere al remate dentado de las murallas, que en el
caso de este castillo serían espectaculares por la longitud de los lienzos de
sus murallas. La etimología del árabe al-menar=
faro ( de nar=fuego), también
perfectamente asumible, hace referencia al fuego o señal que se hace desde lo
alto de una atalaya.
El castillo se construye en el siglo
XII siguiendo los cánones de la cultura almohade, probablemente como un bastión
defensivo importante, formando parte de la defensa de Sevilla, capital
administrativa de Al-Andalus para los almohades. Se cita por primera vez en
1241, cuando Fernando III hace donación a la orden de San Juan de Jerusalén del
castrum de Almenara. De la dehesa
también se habla por primera vez cuando Pedro I, con el consentimiento del
Concejo de Córdoba, la concede a Gonzalo Fernández de Córdoba, señor de Aguilar, en 1355.Es de
hacer notar que el promontorio sobre el que se asienta no sería un terreno
virgen obviamente; muy al contrario, debemos suponer allí diversos
asentamientos anteriores, desde la Edad del Bronce, sobre todo
romanos, a los que hacíamos mención más arriba, que merecerían un estudio
histórico y arqueológico, pendiente de llevarse a cabo, junto con el de la
villa a que hacíamos referencia, cuyos vestigios nos llaman la atención tanto o
más que los restos del castillo.
Fotografía que da idea de la superposición de culturas que se suceden en Almenara: la cueva( Edad de los Metales, romanos…) y sobre ella, la torre octogonal de estilo almohade (cultura musulmana )
Incursiones de tropas cristianas hacen
que Alfonso VIII, el de Las Navas de Tolosa, se apodere de este castillo en
1189, pasando al poco tiempo a manos
musulmanas. Sería a partir de la reconquista de Peñaflor en 1238 cuando pasaría
a manos castellanas definitivamente, en concreto a manos de la Orden de San Juan del
Hospital de Jerusalén, que lo utilizaría a la vez como bastión contra las
incursiones musulmanas del reino de Granada. Existen crónicas del siglo XIII en
las que se pone de relieve la importancia de la Sierra León (desde Setefilla a
Almenara), como riqueza cinegética para los primeros huéspedes castellanos del
Alcázar de Sevilla, que entre batalla y batalla se solazaban en la caza del
ciervo, jabalí y oso (uno de los últimos reductos de este animal en
Al-Andalus); aparte servirles para llenar las despensas del palacio.
En el siglo XV Almenara y su castillo aparecen formando
parte de las propiedades de la familia Portocarrero, señores de Palma, Posadas,
Peñaflor y La Puebla
de los Infantes, entre otros beneficios; probablemente como un espacio de
control para la zona y un reducto de caza y esparcimiento, pero con
jurisdicción propia, como la pudiera tener una villa.
En el siglo XVIII, como hacíamos
mención más arriba, contamos con el Catastro del Marqués de Ensenada de 1752
que nos informa sobre la villa y el
castillo de Almenara. Este Catastro nos da algunos datos de interés: Aparece
como propietario un descendiente de la familia Portocarrero, cardenal en Roma,
y como arrendatario de los pastos el Marqués de Velamazán, de origen soriano,
que a su vez los tiene subarrendado, así como
su ganado, a unos paisanos suyos que se dedican a la trashumancia,
encontrándose el dato curioso de que en 1740 se produjo un gran incendio que
abrasó la mitad del terreno de Almenara y estos sorianos les dieron permiso a
la vez a algunos vecinos de La
Puebla de los Infantes
para que sembraran trigo y cebada en algunos pedazos de lo quemado
(hasta una aranzada); permiso que se prolongaría hasta ocho años, a partir de los
cuales ya no se volvió a sembrar, llenándose el espacio de siembra, de monte
bajo. Informa también dicho Catastro de la riqueza forestal de Almenara en el
siglo XVIII: 3000 filas de encinas y 8000 pies de alcornoques, por lo que es de
suponer la importancia económica que empieza a tener ya la dehesa y la
producción de corcho.
A partir de esta época, de importancia
de la dehesa, en que comienza la limpieza de la misma y la tala es cuando,
podemos suponer, se introduce en Almenara la actividad del carbón vegetal y del
picón con un beneficio mutuo para la propiedad y las personas, tanto de La Puebla como de Peñaflor,
que se ganaban la vida con estas tareas. Actividades que pudieron funcionar en
paralelo, y con los mismos planteamientos de beneficio mutuo que la de los
caleros, y de un enorme valor antropológico.
Calera “puebleña” en
Almenara
Ya
en el siglo XIX, con la promulgación de las Cortes de Cádiz de 1812, se aprobó
la disolución de los señoríos y mayorazgos. La desaparición de la Mesta , provoca que la dehesa
de Almenara no tuviera aliciente económico para su propietario. En el Archivo Municipal
de Peñaflor del año 1820, aparecen estas tierras desvinculadas ya del mayorazgo
del Condado de Palma, con un propietario particular.
Del siglo XX, en su primera mitad,
merece destacarse la actividad minera que tiene lugar en Almenara en una zona
más cercana a Peñaflor, con una explotación de sulfuro de cobre y plomo.
En primer término, construcciones y viviendas ,y al fondo el malacate de la última actividad minera de Almenara
En relación con la actividad festiva
que cada año lleva a cabo la localidad de Peñaflor en Almenara por el Día de los Santos, y en la
que han participado desde siempre muchos
puebleños/as, creemos que puede estar relacionada en su origen con el pasado comunal
de esta finca, de la que fue propietario hasta el siglo XV el Concejo
(Ayuntamiento) de Córdoba, que siempre había querido esta dehesa para beneficio
de los habitantes de esta provincia, a la que pertenecieron Peñaflor y Almenara
durante prácticamente toda la
Baja Edad Media.
Concluyendo diríamos que Almenara
tiene pulso, sigue teniendo pulso a pesar de la ardua tarea que supone la
conservación del medio ambiente natural y de los restos arqueológicos. En el
futuro se lo debemos ir dando entre
todos, para que siga siendo fiel a su historia; particularmente las personas
más vinculadas a este gran espacio natural, entre las que nos encontramos los
habitantes de sus pueblos aledaños que tenemos la suerte de disfrutarlo de
alguna manera.
Bibliografía:
-
Fernández González,
R. El castillo de Almenara, BRAC, n. 85 (1963),180-186.
-
Nieto Cumplido, M.,
El señorío de Almenara en la Edad Media.
En Ariadna 18. Palma del Río 2006, Pags. 29-30