sábado, 3 de octubre de 2015

Marouane


 Dice la famosa poetisa y escritora Gioconda Belli que “la solidaridad es la ternura de los pueblos”. Pues bien, este verano en La Puebla de los Infantes se ha palpado solidaridad y ternura a raudales en la persona de Marouane, un joven marroquí de 21 años que  vino al pueblo a trabajar a un bazar hace tiempo, dejando atrás a su familia, y que se ha visto atenazado por una grave enfermedad hasta su muerte reciente el pasado 12 de septiembre; solidaridad que ha llevado a un grupo de personas al acompañamiento permanente a Marouane en su casa y en el hospital y se ha extendido a la ayuda de muchas otras personas e instituciones  del pueblo para que su familia pudiera venir a estar con él y finalmente a repatriar su cuerpo.
Uno que va por la vida tratando de aprender de casi todo, no puede menos que extraer algunas  consecuencias  y conclusiones de una acción tan positiva como la que se ha creado en el pueblo en torno a Marouane y su familia, empezando por constatar dos circunstancias no tan corrientes. Una: un joven inmigrante, en la primavera de su vida, de grandes valores humanos y con capacidad de despertar sentimientos y emociones,  debilitado por la enfermedad, teniéndose que procurar su sustento, sin tener a su familia al lado y por lo tanto sumido en la máxima vulnerabilidad. De otro lado, un grupo de personas nutricias, de esas que dan leche y miel, como en el relato bíblico, de las que tanto se necesitan en los tiempos que corren, que se reúnen, toman cartas en el asunto y se hacen cargo en todo y por todo de Marouane, contagiando con su acción positiva al pueblo y sus instituciones.
 Solidaridad y ternura efectivamente funcionan juntas, pero creo que para que se dé la primera, es decir, el apoyo incondicional a una situación ajena difícil, tiene que darse mucha cantidad de la segunda: el sentimiento ( y las emociones que produce)  hacia una persona que se considera merecedora de un cariño puro y gratuito, como en este caso, por su valía,  por su debilidad y vulnerabilidad; pudiéndose llegar a la conclusión de que es la ternura la que da la fuerza, la que hace que nos lancemos a la acción solidaria.
En su sentido más profundo, la dignidad de la persona consiste en desarrollar todos los valores positivos y buenos que seamos capaces y ponerlos al servicio de la Tierra y los seres que la habitan, con una atención especial hacia las personas.  A estas podemos ofrecerles amistad, compañía, alegría, ternura, empatía, compasión, protección, solidaridad, cariño, seguridad, toda clase de ayuda…y un largo etcétera. Estas acciones no sólo nos dignifican en vida sino que son el único equipaje que nos van a permitir llevarnos en nuestro último viaje. No vamos a poder llevarnos ni siquiera nuestro cuerpo , sólo nos llevaremos la energía del bien realizado. Por tanto deberíamos pertrecharnos mucho de dicha energía.
Estamos abocados a ayudar, a ser generosos, a trabajar codo con codo en beneficio de la comunidad en que nos ha tocado vivir, sobre todo en beneficio de los más débiles y vulnerables si queremos tener salud física y mental, pues así lo llevamos adherido en nuestros genes milenarios que nos lo demandan, ya que la humanidad siempre vivió y funcionó comunitariamente, y en ayuda mutua,  nadie era capaz de vivir aisladamente miles de años atrás; así nos lo han recordado en el correr de los tiempos las grandes religiones: el acogimiento del forastero (refugiado, inmigrante…), el cuidado de los enfermos, ( no solo de los familiares, claro,) etc, etc… Las proclamas en favor del individualismo, del “cada uno a lo suyo”, del “cada uno en su casa y Dios en la de todos”, son de hace tan poco tiempo que no les han dado tiempo a adherirse en nuestros genes, y parten obviamente de intereses políticos. Se lamenta una de las personas que han estado junto a Marouane, corroborando  estos argumentos :  “ La sociedad en la que vivimos no puede estar sólo para el saludo y la relación superficial, sino que debemos hacer que en ella compartamos problemas, inquietudes, objetivos, metas.”
Llegados a este punto y retomando el tema de Marouane quisiera resaltar por un lado, junto a la tristeza por la muerte de un buen amigo, la satisfacción de las personas que han estado junto a él, por haber tenido la oportunidad de inundar su vida, en sus últimos días, de todo aquello que él necesitaba, una experiencia inolvidable y del máximo enriquecimiento personal: “El nos dio más que nosotros a él”, me dicen. También, el agradecimiento infinito de sus padres a todos los que asistimos al acto religioso en su memoria, y por extensión a todo el pueblo, materializado en emocionantes comentarios públicos y en no menos sentidos abrazos agradecidos a todos. El idioma no fue obstáculo porque nos entendíamos con el lenguaje del corazón.
Desde aquí finalmente doy las gracias, en nombre de muchas otras, a estas personas que, rebosantes de solidaridad y ternura, han inundado el pueblo de humanidad este verano y nos han hecho  ser a todos mejores personas.

                                            ( Foto reciente de Marouane)