Dice la famosa poetisa y escritora Gioconda
Belli que “la solidaridad es la ternura de los pueblos”. Pues bien, este verano
en La Puebla de los Infantes se ha palpado solidaridad y ternura a raudales en
la persona de Marouane, un joven marroquí de 21 años que vino al pueblo a trabajar a un bazar hace
tiempo, dejando atrás a su familia, y que se ha visto atenazado por una grave
enfermedad hasta su muerte reciente el pasado 12 de septiembre; solidaridad que
ha llevado a un grupo de personas al acompañamiento permanente a Marouane en su
casa y en el hospital y se ha extendido a la ayuda de muchas otras personas e
instituciones del pueblo para que su
familia pudiera venir a estar con él y finalmente a repatriar su cuerpo.
Uno que
va por la vida tratando de aprender de casi todo, no puede menos que extraer
algunas consecuencias y conclusiones de una acción tan positiva
como la que se ha creado en el pueblo en torno a Marouane y su familia,
empezando por constatar dos circunstancias no tan corrientes. Una: un joven
inmigrante, en la primavera de su vida, de grandes valores humanos y con
capacidad de despertar sentimientos y emociones, debilitado por la enfermedad, teniéndose que
procurar su sustento, sin tener a su familia al lado y por lo tanto sumido en
la máxima vulnerabilidad. De otro lado, un grupo de personas nutricias, de esas
que dan leche y miel, como en el relato bíblico, de las que tanto se necesitan
en los tiempos que corren, que se reúnen, toman cartas en el asunto y se hacen
cargo en todo y por todo de Marouane, contagiando con su acción positiva al
pueblo y sus instituciones.
Solidaridad y ternura efectivamente funcionan
juntas, pero creo que para que se dé la primera, es decir, el apoyo
incondicional a una situación ajena difícil, tiene que darse mucha cantidad de
la segunda: el sentimiento ( y las emociones que produce) hacia una persona que se considera merecedora
de un cariño puro y gratuito, como en este caso, por su valía, por su debilidad y vulnerabilidad; pudiéndose
llegar a la conclusión de que es la ternura la que da la fuerza, la que hace
que nos lancemos a la acción solidaria.
En su
sentido más profundo, la dignidad de la persona consiste en desarrollar todos
los valores positivos y buenos que seamos capaces y ponerlos al servicio de la
Tierra y los seres que la habitan, con una atención especial hacia las
personas. A estas podemos ofrecerles amistad, compañía, alegría, ternura, empatía, compasión, protección, solidaridad,
cariño, seguridad, toda clase de ayuda…y un largo etcétera. Estas acciones no
sólo nos dignifican en vida sino que son el único equipaje que nos van a
permitir llevarnos en nuestro último viaje. No vamos a poder llevarnos ni
siquiera nuestro cuerpo , sólo nos llevaremos la energía del bien realizado.
Por tanto deberíamos pertrecharnos mucho de dicha energía.
Estamos
abocados a ayudar, a ser generosos, a trabajar codo con codo en beneficio de la
comunidad en que nos ha tocado vivir, sobre todo en beneficio de los más
débiles y vulnerables si queremos tener salud física y mental, pues así lo
llevamos adherido en nuestros genes milenarios que nos lo demandan, ya que la
humanidad siempre vivió y funcionó comunitariamente, y en ayuda mutua, nadie era capaz de vivir aisladamente miles
de años atrás; así nos lo han recordado en el correr de los tiempos las grandes
religiones: el acogimiento del forastero (refugiado, inmigrante…), el cuidado
de los enfermos, ( no solo de los familiares, claro,) etc, etc… Las proclamas
en favor del individualismo, del “cada uno a lo suyo”, del “cada uno en su casa
y Dios en la de todos”, son de hace tan poco tiempo que no les han dado tiempo
a adherirse en nuestros genes, y parten obviamente de intereses políticos. Se
lamenta una de las personas que han estado junto a Marouane, corroborando estos argumentos : “ La sociedad en la que vivimos no puede
estar sólo para el saludo y la relación superficial, sino que debemos hacer que
en ella compartamos problemas, inquietudes, objetivos, metas.”
Llegados
a este punto y retomando el tema de Marouane quisiera resaltar por un lado,
junto a la tristeza por la muerte de un buen amigo, la satisfacción de las
personas que han estado junto a él, por haber tenido la oportunidad de inundar
su vida, en sus últimos días, de todo aquello que él necesitaba, una
experiencia inolvidable y del máximo enriquecimiento personal: “El nos dio más
que nosotros a él”, me dicen. También, el agradecimiento infinito de
sus padres a todos los que asistimos al acto religioso en su memoria, y por
extensión a todo el pueblo, materializado en emocionantes comentarios públicos
y en no menos sentidos abrazos agradecidos a todos. El idioma no fue obstáculo
porque nos entendíamos con el lenguaje del corazón.
Desde
aquí finalmente doy las gracias, en nombre de muchas otras, a estas personas
que, rebosantes de solidaridad y ternura, han inundado el pueblo de humanidad
este verano y nos han hecho ser a todos
mejores personas.
( Foto reciente de Marouane)