“Colgado de un barranco, duerme mi pueblo
blanco”, canta Serrat. El barranco nos recuerda la ordenación urbanística de la
época romana que disponía el proveer los pueblos de buenos sistemas de desagües
para evitar inundaciones. La blancura nos traslada a nuestro pasado andalusí en
que se inventó el blanqueo de nuestras casas para defendernos del sol canicular
y procurarnos higiene y desinfección al mismo tiempo. Entonces surgiría la
actividad de las caleras. Pero como actividad económica propiamente dicha se empieza a saber en nuestra Andalucía, y se
generaliza, a partir del auge económico agrícola del siglo XVIII. Decíamos en
un reportaje anterior que es a partir de este siglo cuando se comienza a dar importancia económica a la
dehesa y se produce el beneficio recíproco del dueño de la misma y carboneros,
piconeros y caleros que la mejoran con sus actividades. En el caso de los
caleros, en un entorno como el nuestro de predominio de la piedra caliza, ellos
la recogen y obtienen tras una ardua tarea de extracción, acarreo, cargar la
calera y quemarla…, la cal que a continuación tenían que vender por las calles
de nuestros pueblos andaluces, así como en sus propias casas, para el encalado
o blanqueo.
En La Puebla ha
habido una larga tradición de caleras y caleros. La escuela por donde casi
todos debían pasar era nuestro famoso Ganchal ( por canchal = pedregal,
peñascal), un espacio público que en el último siglo ha tenido diversas
funciones, pero la mejor, hasta ahora, ha sido, sin duda, la de la extracción
de piedras calizas, el montaje de caleras y la fabricación de la cal no solo
para el blanqueo sino para las obras de construcción.
Hoy hemos quedado citados
con Manolo Gámiz Santana, de la saga de los Santana, aunque su “apellido” por
el que más fácil se les conocía a todos era el de “Calero” y con Juan Antonio Saravia
Martínez, prácticamente el último calero en activo, aunque ya casi octogenario.
Y hemos quedado en la calera de este
último que tiene cargada ya y a punto de quemarla en El Ganchal,( pues quiere
terminar allí esta actividad donde empezó desde niño) para que nos hablen de su
experiencia como caleros, Mientras les
tomo una foto para el recuerdo, me van relatando sus vivencias al tiempo que me
enseñan las partes de una calera: el caño, la puerta, el pecho y el cobijo o
cabeza; las piedras que se utilizan y sus propiedades: la almendrilla ( la que
da mejor calidad de cal), la tosca( de inferior calidad) y la jabaluna(mejor
para obras). Así mismo, me enseñan sus herramientas: el calabozo para cortar
monte bajo; el pico, la espiocha, la porra, la barra, el porrillo,… para
arrancar piedras y partirlas; el horquillo para meter el monte en la calera, el
gancho para bregar con los haces de monte o ramón. Me aclaran que el mejor monte
era la jara, la retama y la chaparrera; pero observo que los haces de que
dispone ahora Juan Antonio son de ramón
o varetas de olivos, procedentes de haber desvaretado los suyos, también
observo leña amontonada, porque actualmente el monte bajo está protegido y no
se puede cortar.
Juan Antonio Saravia Martínez y Manolo Gámiz Santana, en la actualidad, en la calera del primero en El Ganchal |
Carga de una calera de los Hnos. Santana Asenjo en el Cordel de Hornachuelos, junto a los Ganchales/Canchales de la Virgen |
Manolo conoce el
oficio. Conoció desde pequeño el trabajo de su abuelo Manuel Santana en El Ganchal,
que a su muerte lo proseguirían su abuela Carmen Asenjo y sus hijos. Sobre los
doce años se incorporó al trabajo en firme con sus tíos Eduardo y Adrián, ya fallecidos, en sus caleras del Cordel de
Hornachuelos, que sirve de límite entre los términos municipales de La Puebla y
Peñaflor, a la altura de los Ganchales o Canchales de la Virgen, donde tenían
en abundancia las piedras calizas que necesitaban. Y con ellos estaría casi
hasta los treinta años. Se le nota la desenvoltura cuando dialoga con Juan
Antonio en el lenguaje o jerga de los caleros y cuando tiene respuesta para cualquier duda que le planteo, aunque
prefiere que sea Juan Antonio el que dé primero sus explicaciones por la
cortesía ante una persona mucho mayor que él. Me refiere sus buenos recuerdos
del disfrute del campo, de la dehesa, de dormir bajo una encina mientras se
quemaba la calera…Por contra también recuerda el trabajo duro de arrancar
piedras de las soleras o la complicación
que les producía una tormenta en la mitad del proceso de la quema.
Los hermanos Ramón y Juan Antonio Saravia descargando una de sus caleras |
Juan Antonio tenía
tres hermanos varones mayores que él: Ramón, Antonio y Manuel, que también han
sido caleros, y aprendieron el oficio de
los maestros caleros de El Ganchal, particularmente de Manuel Santana y de
Celedonio González Santana. Él lo aprendió de su hermano Ramón, diez años mayor
que él, con el que trabajó desde niño hasta que se casó y se independizó
ubicando su calera en el Km.8 de la
carretera a Peñaflor, junto a Almenara.
Refiere cómo ha compatibilizado este
trabajo con el de arriero y el de carbonero. Su pequeña arria le facilitaba la
labor del transporte de piedras en las pedreras, de haces de monte y ramón, de
leña, de cal, de carbón, de aceitunas, de corcho... Recuerda también a su
mujer, ya fallecida, y a sus hijos Dolores y Juan José que le ayudaron en tantos trabajos. Demuestra que
a su edad todavía conserva una gran afición por estas actividades, sobre las
que nos dice que aunque reconoce que son muy duras, él, por haberse criado en
esto, las entiende y las realiza con facilidad. Y una de sus mejores
distracciones consiste en ir a alguna feria de ganado a disfrutar de buenas
razas de burros.
Finalmente ambos se lamentan que se haya ido
perdiendo esta actividad a partir del proceso de industrialización de pinturas
y materiales de construcción sustitutivos de la cal, pero valoran mi
interés de recordar estos temas porque esa ha sido la vida de muchos
puebleños y sus familias desde siglos atrás y señas de identidad y cultura de
nuestro pueblo. Y están dispuestos los dos a transmitirlo a los niños y jóvenes
del pueblo que acompañados de sus maestros
y maestras o sus padres y demás personas interesadas deseen conocerlo.
Muchas gracias a Juan Antonio y a Manolo. Fotos: Joaquín Conde y Rafael Velasco.