El Jabato era un bandolero, que se
asentó en terrenos del término de La Puebla de los Infantes donde se encuentra
la famosa cueva de su sobrenombre, relativamente cerca, a dos kilómetros
aproximadamente, de la carretera, entonces camino, de La Puebla a Constantina,
que era donde él cometía sus asaltos y fechorías, que no solo le suministraban
el sustento para vivir sino que acumularía con el tiempo una enorme fortuna.
Consistía su ardid en que cuando venían unos pañeros de Constantina a vender a La Puebla,
periódicamente, él que tenía controlado su paso, a la vuelta de aquellos al
pueblo vecino, cuando suponía que traerían dinero abundante de sus ventas,
colocaba unos muñecos que les apuntaban con sus trabucos. Él los detenía les
hacía ver que estaban encañonados por su cuadrilla de bandoleros y acababan
dejándoles el dinero por temor a que los acribillaran.
La única persona que se relacionaba
con El Jabato, con el que mantenía una cierta amistad, era un cabrero, según se
dice de Constantina, que, a cambio de regalos, le traía los recados que aquel
le pedía. Quizás por mediación de él llegó incluso a entablar relaciones con
una joven de su pueblo, que veía algunas noches y a la que le confiaba sus
peripecias para hacerse de dinero. Esta joven, cuando dejó sus relaciones con
él, le confió a alguna amiga cómo engañaba El Jabato a los pañeros y a otros a
los que extorsionaba por el referido camino; de manera que llegó a oídos de los
comerciantes los cuales, en adelante, se pertrecharon bien de armas de fuego y
planearon la estrategia de que cuando El Jabato les saliera al encuentro ellos
inmediatamente harían fuego contra él teniendo en cuenta que lo que ellos
creían que era su cuadrilla, se trataba de simples muñecos.
Así ocurrió la última vez y así
acribillarían a El Jabato antes ni siquiera de que empezara a hablar, el cual,
herido de muerte, llegó como pudo a su cueva. Sería allí donde el cabrero se lo
encontraría muerto, le registraría su aposento y se quedaría con todo su
dinero.
Finaliza la leyenda refiriendo el
botín que disfrutarían en adelante aquel cabrero y su familia.
Entrada a la cueva de El Jabato, situada entre el arroyo y la Mesa de Sancha |